Los compuestos perfluorados (PFCs) se reparten por todo el planeta. No sólo se encuentran en nuestra sangre, también los han encontrado en la sangre de osos polares o en la de niños de lugares tan alejados como las Islas Feroe.
Existen dos razones para que estos compuestos se encuentren tan extendidos en la Tierra:
La primera es que desde hace 60 años estos compuestos se han utilizado en productos tan cotidianos como las sartenes antiadherentes (el famoso Teflón), en la ropa «waterproof», en cosméticos, en cajas de pizza o en los envases de palomitas de maíz (en un post anterior ya comentábamos la retirada de todas las marcas de palomitas en una cadena de supermercados danesa). Los PFCs migran desde estos productos al aire, al polvo de casa, la comida o el agua potable.
La segunda razón de su ubicuidad es que los PFCs son compuestos orgánicos persistentes (COPs), es decir, son compuestos que no se degradan fácilmente por lo que permanecen en el entorno años y que, además, se acumulan a lo largo de la cadena alimentaria. De ahí que los encontremos en nuestra sangre o en los tejidos de peces o de los osos polares. Debido a su persistencia, algunas sustancias perfluoradas se encuentran recogidas como Compuestos Orgánicos Persistentes, COPs, por la Convención de Estocolmo.
Los PFCs más habituales son los ácidos perfluoroalquílicos, entre los que se encuentran el sulfonato de perfluorooctano (PFOS) y el perfluorooctanoato (PFOA) que por su peligrosidad se han ido sustituyendo por otros como los PFAS o los PFACs. El problema es que reaparecen en el medio ambiente como degradación de los nuevos compuestos creados. Se están investigando otras alternativas de compuestos de cadena más corta, que parece que son menos bioacumulables, pero siguen siendo muy persistentes y además, suelen ser menos efectivos, por lo que hay que utilizar más cantidad.
Numerosos estudios en animales evidencian que los PFCs son contaminantes hormonales (también llamados disruptores endocrinos) es decir, afectan a nuestro sistema hormonal en muy pequeñas dosis y desde las primeras etapas de la vida afectando al desarrollo y al sistema reproductor. Además, pueden dañar al hígado, causar hipotiroidismo, colesterol alto, colitis ulcerosa y obesidad, entre otros muchos daños. También pueden inducir la aparición de cáncer testicular y afectar al sistema inmune, como demuestra un estudio realizado a niños expuestos a PFCs durante el embarazo. Y todos tenemos una cantidad de estas sustancias en nuestros tejidos.
En mayo de 2015, la revista Environmental Health Perspectives publicó la llamada “Declaración de Madrid”, en la que más de 200 científicos muestran su preocupación por los compuestos per y polifluorados. En ella, denuncian la escasa información remitida por los fabricantes sobre las estructuras y perfiles toxicológicos de los PFCs presentes en el mercado. También piden a la Comunidad Internacional que limite su producción y que desarrolle alternativas no fluoradas. Estas alternativas sin fluor son la auténtica solución, ya que sustituir un tipo de PFCs por otro, no permite reducir la cantidad de estos compuestos tóxicos en el planeta.
Como consumidores, debemos evitar siempre que sea posible consumir productos con PFCs, es decir, elegir otras alternativas si existen. Por ejemplo, comprar maíz a granel y hacerlo en casa, en lugar de comprar bolsas de palomitas de maíz. También debemos seguir presionando a la Unión Europea para que legisle los contaminantes hormonales y trate de evitar su presencia en nuestros productos de consumo diario. Os pasamos un enlace con las posibles vías para ejercer esta presión.