Un 1% de productores controla el 70% de la superficie agrícola del mundo. En Europa, el 3% controla más de la mitad de las tierras agrícolas.
1% de productores controla el 70%
La concentración de las tierras está aumentando en todas las regiones del globo y alcanza niveles nunca vistos. A nivel mundial, el 1% de productores controla el 70% de la superficie agrícola mientras que el 80% de pequeñas explotaciones cultivan el 12%, según un reciente estudio del Panel Internacional de Expertos en Sistemas Alimentarios Sostenibles (IPES, en inglés).
El acaparamiento de tierras vuelve a ser noticia, tras su pico en 2008, con casos como el de la empresa Blue Carbon, dedicada a la negociación de compensaciones de carbono, que se ha apoderado de 25 millones de hectáreas de tierra en cinco países africanos (en total el 10% de la superficie de Liberia y el 20% de la de Zimbabwe).
Como consecuencia, los precios mundiales de la tierra se han duplicado:
En Europa, el 3% de las grandes explotaciones controla el 52% de la superficie mientras que el 75% de las pequeñas cultivan un 11% de superficie agraria.
¿Qué ha cambiado desde 2008? ¿Por qué vuelven a aumentar las presiones?
Actualmente, un 80 % del terreno cultivable está siendo degradado por explotaciones agrícolas de carácter industrial que hacen un uso intensivo de los combustibles fósiles, proyectos mineros y otras actividades extractivas, lo que obliga a más de 1300 millones de productores de alimentos a trabajar en tierras improductivas.
El acaparamiento de tierras para la agricultura de exportación, aunque tiende a ser menor, tiene graves impactos en las comunidades locales, o el creciente «acaparamiento de agua» son sólo una parte de las causas. También han subido de precio los insumos: en 2022, por ejemplo, la agroindustria subió los precios de los fertilizantes tanto que aumentaron sus beneficios un 36% incluso reduciendo ventas.
Pero ahora también deben sumarse otros dos factores: las megainversiones financieras en tierra y el «acaparamiento verde».
La tierra como bien financiero
Durante la crisis de 2007-2008, los inversores intentaron incrementar la seguridad de sus carteras recurriendo a la tierra de cultivo, un bien de menor liquidez pero también menos proclive a la especulación que los bienes inmuebles.
Quince años después, los mercados de derivados de tierras de cultivo se han vuelto más complejos y el suelo se ha transformado en un activo verdaderamente líquido y fungible, que acelera la transferencia de tierras de los productores a los actores financieros.
Los especuladores financieros siguen acudiendo a un mercado cuyo valor se espera que se cuadruplique hasta alcanzar los 1.800 millones de dólares para 2030. Por su parte, los agronegocios especulan con el suelo mediante sus propios fondos de inversión privada.
El suelo transformado en un activo verdaderamente líquido y fungible
Todo lo anterior lleva a la colisión entre los pequeños productores y los colosales inversores institucionales, las empresas de combustibles fósiles y los promotores inmobiliarios. Es decir, entre quienes viven de la tierra y aquellos cuyo interés reside en su venta y que, por tanto, se benefician de la subida del precio del suelo.
Se produce un círculo vicioso: la tendencia competir por los suelos agrava la pobreza del mundo rural, lo que pone a los pequeños productores en una situación de vulnerabilidad frente a la apropiación de tierras, y esto a su vez allana el camino a una mayor concentración y degradación.
Cuidado con el «acaparamiento verde«
Según las expertas del IPES, ésta es ahora la mayor amenaza para agricultoras y comunidades.
A los biocombustibles que fueron después de 2008 (y siguen siendo) grandes impulsores del acaparamiento de tierra, ahora se suman otras supuestas soluciones verdes. Imposible olvidar al «hidrógeno verde», el supuesto combustible limpio que requiere una enorme cantidad de tierra y agua, que los países ricos quieren acaparar de otros países. Por ejemplo, la UE planea importar la mitad de los 20 millones de toneladas de hidrógeno verde que prevé para 2030 principalmente del norte de África. La minería de «minerales de transición» también contribuye al consumo de tierras de cultivo, además de contaminar ecosistemas y desplazar comunidades.
La aparición de los mercados de compensación de carbono ha aumentado las cantidades de dinero dedicadas a los mercados de la propiedad agraria, lo que ha supuesto un incremento de la especulación y la formación de burbujas de precios de la tierra. En demasiados casos, las comunidades locales no habían sido suficientemente consultadas, y fueron reubicados por la fuerza.
La mayor amenaza son los mercados de compensación de carbono
Las compensaciones por biodiversidad también están aumentando, a medida que la lógica defectuosa de los mercados de carbono se aplica a otro enorme desafío ambiental.
Estas diversas formas de «acaparamiento verde» están en aumento y representan alrededor del 20% del acaparamiento de tierras en la actualidad.
En un contexto de precios permanentemente al alza y de precarización constante, mantener o adquirir tierras se vuelve económicamente inviable para los agricultores en activo y para aquellos que quieren acceder al sector. Así, las únicas opciones viables se reducen a vender las tierras agrícolas a especuladores o a sociedades de cartera —que se convierten luego en arrendadoras de las mismas— o abandonar el sector.
Soluciones
Los pequeños productores, los pueblos indígenas, los pastores y otras comunidades rurales están tratando de contener el acaparamiento de tierras con medidas como la agricultura colectiva y el uso compartido de tierras comunitarias. Pero en la mayoría de los casos, estos esfuerzos resultan ineficaces dada la magnitud de la presión que enfrentan.
El panel de IPES destaca como solución la construcción de sistemas que integren el cuidado al medio ambiente y la alimentación, gestionados por la comunidad. Estos enfoques, todavía periféricos en el Marco Mundial de Biodiversidad, son los que deberían constituir una herramienta central para alcanzar los objetivos a este respecto.
Los gobiernos deberían excluir al capital especulativo del mercado de tierras de cultivo, dando a agricultores y comunidades el derecho de tanteo en la compra de tierras, apoyando la agricultura colectiva, los fideicomisos de tierras comunales y otras formas innovadoras de propiedad y financiación. También debería apoyar a la producción de alimentos a pequeña escala, favorecer seguros de pensiones y mecanismos de reducción de la deuda, entre otras. Sin duda, medidas muy valientes.