Madres y padres preocupadas por la salud de nuestros bebés nos sentimos solas frente a la industria química. Los gobiernos deben regular las sustancias tóxicas que acaban en sus cuerpos y en la leche materna.
El caso de los PFAS
Los padres y madres agotadas de recibir malas noticias durante la pandemia hemos recibido otra más: un nuevo estudio científico que informa de la presencia de sustancias químicas tóxicas en la leche materna. Se trata de las sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas, o PFAS.
Los PFAS son disruptores endocrinos que afectan a la tiroides, el sistema inmunitario y el sistema reproductivo, y están relacionadas con varios tipos de cáncer.
Por desgracia, nuestra leche contiene parte de los tóxicos a los que nosotras nos hemos visto expuestas, como muestran otros estudios semejantes.
IMPORTANTE: a pesar de sus resultados, los equipos investigadores siguen aconsejando la alimentación con leche materna por sus múltiples beneficios para la salud infantil.
La leche tiene tóxicos pero es bueno seguir amamantando (si esa es nuestra opción, claro). Esto nos deja madres y padres en una posición difícil: ¿qué hacemos? En mi caso, dar teta porque son muchos los beneficios para su salud de nuestra leche. Pero también exigir que se regulen de una vez estas sustancias tóxicas.
¿Cómo ocurre esto?
A pesar de que ninguna de las participantes en el estudio vivía en un punto negro de contaminación, todas las muestras de leche contenían PFAS.
La historia, de hecho, comenzó décadas antes de que nacieran los bebés del estudio, cuando se inventaron los PFAS. En principio recibidos como un gran invento, se emplearon sin suficientes análisis en artículos de uso cotidiano, como materiales antiadherentes (el teflón de las sartenes), cosméticos, envoltorios de comida rápida, productos de limpieza y otros.
Los PFAS son extraordinariamente persistentes. Por eso se encuentran en la sangre de todas las personas. Hasta se han detectado en la de los osos polaresa los que alcanzan transportados por el aire. Además, atraviesan la placenta para llegar al feto en gestación y se detectan en el líquido amniótico. No es de extrañar, pues, que los PFAS y otros contaminantes químicos lleguen también al primer alimento de la naturaleza: la leche materna.
Así que la solución no es dejar de amamantar sino exigir que a las administraciones una legislación que prohíba los PFAS y que profundicen en las tecnologías que permiten filtrarlas del agua con las mejoras que se ha demostrado que ese filtrado ocasiona en la salud.
Para ello, los gobiernos estatales y la UE deben enfrentar con más valor a la industria química, que sigue empleando los tóxicos PFAS incluso después de que múltiples estudios científicos atestigüen su peligro.